18 mayo 2007

capítulo 33

MISIVAS


Las golondrinas sobrevolaban los cielos cada vez más azules de las montañas- Un pierío infernal en los oídos de Padre Prior-.
-El inferno, el inferno- se le podía escuchar decir.
Pájaro de pico ralo reía para sus adentros. Le gustaba ver con esa actitud a Padre Prior. Había vuelto esa pesadez en su rostro y el mal humor del viajero solitario que había conocido tiempos atrás.
Con sus botas de becerro abiertas y sus caprichosos dedos deambulando atravesó el travieso río primaveral sin hacer caso de lo que pudiera acontecer ya a su pobre y cansado calzado.

Don Alfonso, el alcalde, había perdido el oído. Su ceguera había atravesado sus ojos hasta llegar a unos oídos ya desde joven maltrechos por el llanto de un hermano llorón.
Así pues ciego y sordo quedó- quizá solo por ambición-.
-Gordo también sí, era como dos-.

Elena frente a los espejos de Pinto da Costa era como un naviero francés del siglo pasado- tremenda comparación sin igual-.

De buena mañana llegó el cartero rodeado de golondrinas en su paso. Misivas de aquí y de allá e incluso una gran paquete de cajas de distintos tamaños y colores en su transportar.
Las golondrinas amenizaban su viaje en primavera. Rodeaban sus hombros y alguna de ellas se posaba en los pies.- De ahí viene el columpio-.

Con las cajas poco pudo hacer-Padre Prior en viaje-.
Las misivas fueron otro cantar.

¿Misivas de infortunio? ¿Alguna muerte más?
Sor Monja se apresuró. Apenas la peineta y un pequeño y ceñido camisón.
Las noticias no eran buenas.
Su hermana la castidad había dejado a un lado y en el fragor murió.
Sor Monja en lloro y llanto- que no es lo mismo-.
La una en la campiña y la otra en abstracción-ya quedaban solo dos-.

Padre Prior con sus manos en las orejas y mientras, Don Alfonso, el alcalde, gordo, ciego y sordo.

El inferno, el inferno… y un pierío…

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