08 mayo 2007

capítulo 20

PINTO DA COSTA




Alfonsina estaba en cuestiones varias.
Los gatos, las fiestas y el hijo del bibliotecario copaban prácticamente todos los momentos del día. Del lamento al lloro, del lloro al despertar.
No fueron días, ni meses los transcurridos. El tiempo es lo que es. Un minuto pueden ser años en la mente ajena.

No serían más de las siete de la mañana cuando Pinto Da costa estrenó cartel y negocio. De puertas adentro era un hombre sencillo y tímido. De melena cuidada y henchida de distintos ornamentos característicos de la zona; Peinetas góticas y alfileres de cruz no faltaban en ella.
Unas mesas de madera de punta redonda y sillas de alabastro configuraban el mobiliario. Los espejos en forma cruciforme delataban el pasado de Pinto da Costa.
Era de Jerez- como casi todos los peluqueros de por entonces-. “Peluqueros jerezanos, estamos en buenas manos”. Dichos así rondaban los caminos y pueblos de todas partes del mundo.
La sociedad los adoraba y veneraba con pasión casi celestial. Las damas de la corte pagaban verdaderas fortunas por el trabajo de sus manos y las humildes lo hacían con sus cuerpos desnudos.


Los espejos en forma cruciforme delataban su pasado. Henchida de ornamentos su melena -peinetas góticas no faltaban-.
Pinto da Costa con espejos en forma cruciforme- quizá más tarde encontráramos la relación-.

Los espejos de Pinto acaso dibujaban el perfecto rostro de ella al pasar…
Elena cegadora, Elena al pasar.

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