17 abril 2008

Ochenta + dos

DOS VECES

Pensé en invitar al pequeño Mariano Pérez a cenar- Lo pensé dos veces-.

-Curioso-
-Bueno, tampoco tanto. Si lo pensarais bien…-
-También es verdad-
-Es por eso que lo digo-
-Ah-

Mariano Pérez, del cual poco sabía nadie -como bien os dije- era ambidiestro. Recogía la hojarasca a dos manos- lo cual quería decir que a más recoger, más comida tener-.
Su madre era mujer especial, acomodada, pero al sillón. Y padre, de armas tomar, aguadillero.
Nunca se les veía más allá de su pequeña, recogida y mugrienta morada. Dicen que incluso nadie los había mirado a los ojos propios.-Lo cual, no deja de ser un tanto raro-.
Permanecían quietos, esperando el manjar del vegetariano a manos de un hijo ambidiestro, ufano, angelical.

-Parece extraño un hijo así; rompedor por decirlo de alguna manera-
-Sí lo se; pero así era-

Entonces es cuando lo vi claro-Para qué invitarle a cenar?-
-Claro-

Los árboles se agitaban sobremanera a esa hora de la mañana.
La tormenta avanzaba por el horizonte dejando en sombra tejados, fachadas y fuentes multicolor.
Dos gotas de agua gruesa impactaron en el cristal, cerré las ventanas y miré al viejo que amenazaba con sus dientes un bollo recién horneado.
Bajo la lluvia, Mariano Pérez, recolectaba.

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