22 abril 2008

Ochenta +cinco

24 HORAS

Abrumado quizá por un miércoles futuro, donde las cosas pudieran ser tan maravillosas como tristes. Donde dejaría la razón para los humanos y me convirtiera en una bestia, un hombre sin más propósito que un buen resultado.
Los nervios atenazaban mi mente y, unos músculos que, de haberlos, tampoco los veía.
El ramal -y hablo del pajaril- sustentaba al pájaro verde que, como yo, parecía entonar una canción épica, contagiosa y algo culé.

El viejo no se lo explicaba; María, por el contrario, estaba más cariñosa si cabe. Compartía conmigo esas sensaciones que unen de vez en cuando a los humanos, esas sensaciones que te transportan al pasado más primitivo del hombre- en mi caso, sin violencia-. Veinticuatro horas.

Veinticuatro horas para la esperanza o la crucifixión. Veinticuatro para una alegría, una pena o una espera desesperada. Y yo aquí, sólo, sin mi mayor razón, sin mi mejor compañía.

Que truenen los truenos; Que exploten en el cielo, que iluminen mis ojos, que iluminen si cabe aún más los suyos; que llenen de esperanza un cielo estrellado, de alegría, que ya es hora.

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