30 enero 2008

Doce

BUENOS DIAS


Pocas veces había sentido algo así por un hombre- hablo de lástima eh-. Sabía poco de él pero su rostro me emocionaba. Y no era esa lágrima infinita de que tanto os he hablado, ni su nariz aguileña ni lo enjuto de su cuerpo. Hablo de su pose, su manera de mirar, de leer, de expresar su dolor. Había en él algo especial; algo que se me escapaba y de lo que él jamás quería hablar. Celoso de su pasado, ternura en un rostro iluminado por el amor y la desgracia. Se que es complicado de entender, de recrear en vuestra mente relaciones tan contradictorias pero si lo hubierais visto con mis ojos estoy seguro de que pensaríais lo mismo.
-Quizá sí pero ahora lo que nos produce es hastío. Un hombre de lo más cansino. Siempre llorando y sin palabras en su boca. Tan sólo un libro-
-Impacientes, todavía no sabéis nada. Me dijisteis que os contara la historia y lo estoy haciendo lo mejor que puedo. Paciencia y escuchad-
Un nuevo día amanecía. El vaho acumulado por el fogón nocturno apenas dejaba ver el exterior. Los cristales de las ventanas sumidos en tinieblas y unas gotas de lluvia los recorrían en carreras interminables.
Tras ellos, se dejaba adivinar una forma oscura en forma de pájaro, ataviado con gorro e impermeable a medida. De ladín parecía mirar.
El viejo, con sus ojos fijos parecía adivinar la gota que se llevaría la carrera, haciendo caso omiso a un pájaro imperturbable al otro lado del ventanal.
Volteé mi cuerpo, como era costumbre en mí, y recogí la mesa de la cena.
-Buenos días- me espetó en un susurro.
-Me entristece la lluvia- contesté.
Sonrió, asintió con su cabeza y acomodó el libro en sus brazos como si en ello residiera el amor.
Miércoles.

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