02 enero 2008

Capítulo 186

EL PLIEGO


El paseante, de nombre desconocido, comía a la vez que canturreaba una espantosa canción de un personaje que bien pudiera habido caer en Abu Graib cuando se topó de frente con un extraño hombre sin más piel que el hueso, sin más hueso que la ausencia de ésta.
En posición impropia de cualquier humano que lo fuera, con los brazos abiertos y descolgado hacia abajo. Los ojos profundos y ciegos como el océano y con menos vida que un gusano atravesado por un anzuelo.
A sus pies tan sólo una rosa marchita por el tiempo y un legajo en el que se podía leer todavía:

-Aquí yace un hombre, muerto por causas y cofrade. Honro su vida con este legajo y una rosa que lo acompañe en otra vida. A aquel paseante que lo viera un rezo le imploro por decencia y buena costumbre pues era hombre de nombre Pela y profesión cofrade. Sin más que un recuerdo y una lágrima por ti amigo mío-.

El legajo impresionó a nuestro paseante en cuestión pues, no fue un rezo sino tres aves Marías y dos rosarios los que rogó.
Mojó su dedo en saliva y la extrema unción en una frente cadáver.
Así partió en plegaria y paz por un muerto en extraño lugar no sin antes una rosa nueva depositar.
Una pluma y un pergamino clavado en el tronco de un hermoso árbol indicarían al paseante su presencia y rogaría por él en los cielos.
Otro pliego en la concavidad del ojo daría fe de su presencia y su ruego. Un adiós y hasta pronto.

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