28 noviembre 2007

Capítulo 155


MERENDOLA


Con la mente ocupada en un sin fin de cosas- apenas tres, Guadalupe y las cajas. O sea, tres-
Guadalupe en sueños oníricos de la noche.
Donde su pantalón bombacho crecía de manera espontánea y su mano se adentraba en movimiento ligero bajo el calzón.
Jadeos y susurros para sí, extenuación, placer y regocijo.
Guadalupe, amor palaciego, amor risueño en una noche vacía de más estrellas que unos ojos inspirados en ella.
Tres y nada más.-la edad-

Locuelo, invitado a un almuerzo peculiar -el día del perro-.
La plaza, colmada de familias con perros de cualquier condición. Los había tripatinos, eunucos, tuertos y de porte común.
Locuelo parecía la estrella. Engalanado con ropas color fucsia que resaltaban esos ojitos divinos.
Zapatos de piel para unas patas cortas-cuatro- y un gorro de lana con lazo a un lado que le daba porte singular.
Sor Monja sonreía, rebosaba felicidad por momentos.
Elisa, con sus ojos clavados en ella, expiró un suspiro de alivio.
Sor Monja parecía renacer de unas cenizas apagadas por la tristeza.

-Mira Locuelo hermana, es el rey de la fiesta-
-Está encantado. Ese gorro que le hiciste le ha hecho feliz y tú… tú pareces otra, te quiero hermana-
Sor Monja hizo ver que no oía las últimas palabras.
Una mirada, una mandíbula tiritando y… una lágrima.
-Yo también te quiero Elisa-

Música en la plaza, perros en alarido y uno, Locuelo, bailando un pasodoble.

1 comentario:

Anónimo dijo...

jajajajajajjaja¡¡¡Encantada de conocerte locuelo. Que ojitos¡¡