05 marzo 2008

Cuarenta

SOBRE UN RAMAL DESNUDO


Los copos de nieve se derretían en su rostro creando una regata de final imposible.
Entró con su eterna sonrisa, con una mirada tierna y un pellizco en mi mejilla. Mi corazón volvía a palpitar, mi cuerpo correspondía con la alegría de un crío de catorce bajo sus pantalones y mi rostro, parecía un farol de fresas rojas.
Abrí el ventanal norte y grité.

-¡Ya puedes contar cuantos quieras, los oigo!

Padre Prior me miró orgulloso, confiado en sus buenas palabras y mejor razón.
Al fondo, tras un pequeño ventanal, pude ver al diablo negro en su nauseabunda morada con el libretín negro en sus manos y una pluma de pájaro en la boca. Me miraba con desdén, quizá, temeroso de haber captado en demasía su atención.
En un ramal desnudo, no menos de veinte cuervos vigilaban la morada.
Ni el frío, ni el viento parecían amedrentar esos cuerpos exorcitados por el mal a la espera de lujurioso banquete de cáliz ocular.
Un pequeño ratón asomó su cabeza, tiritaba temeroso, con gesto tímido, hambriento.
María, con la cabeza, le dijo no. Tomé un trozo de queso, lo tiré al suelo. Se acercó a él sin más miedo que la muerte.
María tomó mi mano en la suya.
El viejo me miró, sonrió.

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