11 marzo 2008

Cuarenta + siete

SIN PETALOS NI FLORES


La lluvia y el viento golpeaban un hinchado rostro mañanero- los martes eran así; de los lunes mejor ni hablar-
Un cuerpo de ojos verdes, pequeño, y patas proporcionadas. Tez verde oliva limonera, cubierta de cremas bronceantes para evitar susto mayor y, uñas en ausencia.

-¿Y el pelo?-
-Corto-

María despedía al cartero con la mano, Locuelo, con pelaje nuevo, encimaba el alfeizar para ver los aconteceres y, Padre Prior, descansaba su cuerpo sobre un sofá de forma hecha.
Algo picaba en mi entrepierna, usé mi mano derecha. Legaña en ojo, saludé a los presentes. María giró su cuerpo, me entregó una sonrisa, se acercó a mí expulsando aquella legaña traicionera.
Las campanas repicaban por el diablo muerto. Sin más gloria que el infierno, sin más ofrenda al muerto que un entierro en silencio, sepultado bajo las tierras infértiles del norte, al desamparo de la iglesia que lo había protegido en vida. Sin pétalos de flor que cubrieran el camino al más allá. Sin un llanto de los presentes que, en insignificancia, veían pasar al muerto arrastrado por dos mulos enlazados en luto.
María suspiró, una lágrima cayó. No pregunté, nada dije, los sentimientos de las personas son propios.
El viejo nada dijo. De su rostro ni una lágrima cayó, ni un sentimiento podrido.
Yo permanecí indiferente. Odiaba, es cierto, a aquel viejo que vigilaba cuanto hacía, que husmeaba y anotaba en libretín negro el mundo pajaril.
Llovía esa mañana de luto hipócrita.

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