20 septiembre 2007

Capítulo 100


LA NOCHE DE AUTOS


Fray Hernando no dormiría esa noche. La extraña fuerza entre Dios y el diablo lo había desvelado. La antorcha preparada para una cremación inminente, lumbre y muerte.
Preguntaba en oración si la justicia que iba a impartir era divina. Si Dios, que en los cielos está, impartiría la misma o perdonaría para siempre.
La duda del perdón divino contra la justicia en la tierra. Dios y Lucifer.

De riguroso negro. Encapado con túnica del mismo color y sombrero plano. Tenía todo dispuesto.
Tendría que clamar los pecados y, tras darle el perdón del señor, encender el fogón.
Angustia en un estómago vacío. Ayuno en días de muerte.

El enterrador ya sin nada que contar. A pocas horas de ser incinerado tan solo el último perdón por haber matado.
-Padre, apiádate de mí en los cielos. Un aburrir no puede ser mi pecado.-
Una voz en su mente se repetía sin cesar-muerte, muerte-.

Abrió la puerta. Salió con el rostro mirando al suelo, enjuto en sus formas y andares. Con la tristeza en su mirada. La justicia de la muerte a un hombre ya casi muerto. Una lágrima, un consentimiento.

Las campanas repicaban. Un, dos tres , cuatro... hasta ocho.

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