04 febrero 2009

Capítulo 82

SEROSO

Estaba sentada frente al gran ventanal del salón con el café aún humeante en mis manos. La lluvia azotaba con fuerza la cristalera de una galería previa a un jardín qoqueto, nada extravagante. Mis pensamientos discurrian entre la nada y el paisaje.

Las nubes cubrían un cielo multicolor de tonos oscuros; predonminaban los grises y negros con toques morados que enfatizaban la fuerza de la tormenta. Los árboles se retorcían como personas en cólico; sus ramas silvaban y las ojas desprendidas, creaban bucles y ondas propias del mejor peluquero.

El humo de un cigarro recién encendido surcaba mi cuerpo mientras mis pies se movían al ritmo romántico de un Elvis cantando My Way.

Sentada, con la mirada perdida en el tiempo, en la oscuridad de una mañana imposible, sonó el timbre; una vez, dos. Ensimismada en la nada, mis oídos parecían no querer oir sino mis propios pensamientos; a la tercera, me levanté.


El cartero, un chaval que no tendría más de 23, con media melena y piel de naranja extendió su mano 
-Imagino que será la señora...-
-Sí, dame lo que tengas y márchate-.
Se quedó ruborizado, humilde, empapado por la lluvia impenitente que caía sobre su frágil cuerpo.


Era el telegrama de un muerto; las últimas palabras de recuerdo de un padre desde el cielo.
El muchacho miró mis ojos- siento las malas noticias señora-.
Sin mirar,le acerqué un dolar - señora, no es necesario-


Aquella desfachatez inundó de ira mi cuerpo.Machaqué sin cesar a aquel mocoso repugnante hasta que cayó al suelo y, ya en él, lo arrastré hasta el recibidor donde, con un palo de golf y una hacha del pasado, descuarticé su cuerpo en partes iguales.
Recogí el dolar en sangre y de patada certera rematé lo comenzado.

A través de un craneo abierto, un líquido seroso se abría paso hacia la libertad...

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