04 febrero 2009

Capítulo 81

HOLA Y ADIOS

Más allá de lo que mis ojos pudieran ver, sin escalas en lo todavía intrascendente, yacía el cuerpo de una mujer desnuda en sangre.

El cabello recogido en un moño inusual, las piernas en posición extrema y, de las muñecas, una cinta roja anudada al cuello.

Los árboles flanqueaban la residencia de norte a sur, de hola y adiós.
La brisa de la mañana refrescaba la incapacidad de mis poros por sacudir la humedad reinante. Un pañuelo, un recuerdo.

Retiré la cinta de un cuello veinteañero, pálido, frío y muerto. Alrededor, el estigma de la muerte en un tono entre morado y grana. En sus ojos, el dolor de un puñal atravesando su cuerpo.
Desaté las muñecas, cerré sus ojos y apagué la luz.

Luces azules inundaban los techos y paredes de la casa creando un torbellino de sombras y sonidos estridentes que mis oídos aplacaban en respetuoso silencio.
El forense, como en las películas, hacía chistes fáciles sobre el cadaver; El resto, reía sus gracias entre muecas y anotaciones.

Cogí la sierra y corté su pierna en vivo. La mostré al resto y pregunté si eso también les hacía reir. 
El forense calló al suelo en grito, con sus manos en un mar de sangre intentando en vano evitar lo ya inevitable.
Nadie reía ya; sus ojos miraban mi mano en sierra temerosos de ser el siguiente.
Dejé caer la sierra al suelo, besé por última vez el rostro pálido de la mujer que amé y, me precipité por el camino que iba de norte a sur, de hola y... adiós.

A medida que avanzaba, los sonidos del olvido volvían a mí como recuerdos del sueño que viví. Escuché las sirenas, los gritos de dolor, el percutor de las pistolas, el silvar de las balas tras de mí.
Caí al suelo de rodillas, mirando al cielo, a un nuevo horizonte que descubrir.

La brisa se llevó el resto, un pañuelo, un recuerdo y el último adiós.


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