14 febrero 2008

Veinte + Seis

ÉL


Cuando el sonido de unos pasos tras de ti, cuando el simple roce de otro cuerpo, cuando la puerta de casa es mayor que la necesidad de salir de ella, cuando al abrir los ojos no ves más vida que la que encierra el colchón o el sofá donde tras horas de espera por fin caíste dormido.
Miedo a morir.
Cuando los olores no se olvidan, ni las sonrisas, ni una mirada, ni unos labios, ni una caricia, ni un desplante, ni una discusión, ni un vestido precioso, ni un vaquero ajustado, ni un sol radiante sobre el cuerpo, ni una canción.
Cuando todavía persisten esos sentimientos en la mente del hombre, se siente miedo. Miedo al amor perdido o a perderlo.
Miedo a morir.

El pájaro negro guardaba indiferente sus formas mientras Carlo, enjuto aquel día, charlaba cuanto podía con el viejo.
Le hablaba del porqué de su semidesnudez, del tejo y de cosas de aquí y de allá, del más allá.
El viejo escuchaba paciente, con el pañuelo en su mano, animando a Carlo en su diatriba, sin consejo, sin más que una plácida escucha.
Yo mientras, especulaba, pensaba, dramatizaba sobre el amor y el miedo.
Y era jueves.

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