16 marzo 2009

Capítulo 130

ZIS ZAS

De noche, cuando apenas se escuchaba el viento, miraba la techumbre de mi habitación ansiando su mirada. 

Sus ojos negros eran de tal relucir que hacían palidecer a todos aquellos que, por fortuna, eran del color del mar. 

Sus pies desnudos, las piernas de seda, el cuello perfilado, su pelo rizado y negro, sus muslos de porcelana.

Las manos inquietas bajo la sábana, primero una, luego otra, hasta el canto del gallo, cuando me incorporaba para verla atarvesar de nuevo el camino al más allá.

Nada distraía su camino. Caminaba con la cabeza gacha, con los ojos en el suelo, con el el reflejo de sus pupilas en el agua.

Eran tan sólo dos minutos. Dos minutos de placer infinito, de noches enteras pensando en ella.

1 comentario:

Anónimo dijo...

me gusta lo de los dos minutos

es como un sonar campanas

(dos)