01 junio 2007

capítulo 52


LOCUELO


La habitación 203 del maricomio engalanada para la ocasión.
Veintiséis años contaba con los dedos.
Fuera, en los pasillos, los enfermeros con un regalo.
-Un perro tendrá a su cuidado-.

Pablo de Cafur, loco, muy, muy, muy loco
Pablo de Cafur con perro a sus veintiséis.

Al otro lado, en el ala norte, gritos amanerados de maricón de turno embriagado por la felicidad de un regalo merecido.
Su cabello pegado con saliba y raya en medio especial para la ocasión.
Principal-así se llamaba el maricón- conocía de visitas esporádicas a Pablo de Cafur.
Sus migas y demás menesteres tenían en desahogo-a los que hacían vista gorda y oídos sordos-.

Una vez al mes ocurría
En dos empujones consistía.

Pablo de Cafur era feliz. Jamás hubiera pensado en regalo tan especial.
De pronto, un ladrido-el perro parecía hablar-.
Un ladrido genuíno, especial.
Los allí presentes en alborozo y Pablo de Cafur en perfecta sonrisa- emoción sin igual-.
El perro, todavía sin nombre-y sin rabo- moviendo lo que él todavía pensaba poseer.
Pablo de Cafur- ciudad nunca levantada- en palmas de felicidad.

Una sonrisa
Una lágrima.
Un ladrido
Un hablar.

Veintiséis años esperando compañía
A los veinte minutos al perro ya no tenía.

Perro sin nombre escapado
Locuelo lo hubiera llamado.

Un ladrido en lontananza
Un ladrido sin esperanza.

Locuelo se ha escapado
Su ladrido nos ha dejado.

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