21 enero 2010



EL SICARIO DE OJOS VERDES


Sucedió otro día; uno de angustias.

Andaba yo con la espalda dolorida por el abuso de un sofá -asustado ya de mi eterna presencia- cuando no tuve más remedio que acudir al masajista.

Allí aparecí, delante de muchacha morena y eterna sonrisa.

-Hola Juan- me recibió- pasa- añadió.

Entré cojeando, dolorido -por cuanto mis verdes ojos apenas podían divisar y menos, iluminar-.

-Desnúdate- fueron sus palabras.-¿Adonde he venido yo?-fue la pregunta que dejé en el aire sin respuesta.

Así fue que me vió desnudo, con mi miembro viril, con mis dos bolas y el torso de un guerrero.

-Perdona juan, con que te quitaras la parte de arriba me bastaba- escuché.

-El miembro viril encogió de forma oportuna dejando al descubierto el tremendo poderío de éste incluso apocado por las circunstancias.

Me tumbé en la camilla -resguardando todavía el tremendo poder de unos ojos verdes reservados para otro fin-.

Allí anduvo , por no menos de una hora, urgando en mi espalda; Dedos, manos y codos incrustados en una espalda ahora débil, otrora magisteril.

Una vez abrí los ojos pude oir- ¡Santo Dios, esos ojos verdes me matan , me matan!.

Una cabriola imposible, un baile imperfecto sobre la camilla, una caída fatal.

La recogieron del suelo muerta ya; Con una sonrisa infinita en sus labios; con una nota en un papel donde podía leerse -Verdes, !Santo Dios¡-

No hay comentarios: