EL SICARIO DE OJOS VERDES
Sucedió otro día; uno de angustias.
Andaba yo con la espalda dolorida por el abuso de un sofá -asustado ya de mi eterna presencia- cuando no tuve más remedio que acudir al masajista.
Allí aparecí, delante de muchacha morena y eterna sonrisa.
-Hola Juan- me recibió- pasa- añadió.
Entré cojeando, dolorido -por cuanto mis verdes ojos apenas podían divisar y menos, iluminar-.
-Desnúdate- fueron sus palabras.-¿Adonde he venido yo?-fue la pregunta que dejé en el aire sin respuesta.
Así fue que me vió desnudo, con mi miembro viril, con mis dos bolas y el torso de un guerrero.
-Perdona juan, con que te quitaras la parte de arriba me bastaba- escuché.
-El miembro viril encogió de forma oportuna dejando al descubierto el tremendo poderío de éste incluso apocado por las circunstancias.
Me tumbé en la camilla -resguardando todavía el tremendo poder de unos ojos verdes reservados para otro fin-.
Allí anduvo , por no menos de una hora, urgando en mi espalda; Dedos, manos y codos incrustados en una espalda ahora débil, otrora magisteril.
Una vez abrí los ojos pude oir- ¡Santo Dios, esos ojos verdes me matan , me matan!.
Una cabriola imposible, un baile imperfecto sobre la camilla, una caída fatal.
La recogieron del suelo muerta ya; Con una sonrisa infinita en sus labios; con una nota en un papel donde podía leerse -Verdes, !Santo Dios¡-
No hay comentarios:
Publicar un comentario