PREGUNTASMartes. Antesala de un libro y una rosa, una rosa y un libro.
Con la quietud de un trabajo más próximo a la ausencia de él que otra cosa, con la quietud de un cielo encapotado por momentos, reluciente en otros, con la quietud y la congoja de quien espera un evento.
¿Le regalaría una rosa?
Locuelo asintió. Era extraño. Y no porque fuera perro, que ya sería raro de por sí, sino por leer los pensamientos de mi mente en silencio.
María no dijo nada, quedó al albedrío de mi callada.
El viejo, leía un libro con título curioso “el nombre de la rosa”.
Miré por la ventana sur, el pájaro verde, Olvido de nombre, no hacía gala de su dictado y entonaba canciones alusivas. Por el contrario, el pájaro negro, permanecía inerte, sin mirada fija, como disimulando- capullo- pensé, Locuelo, me sonrió.
¿Está de más un detalle?
Miré a Locuelo en busca de respuestas- esa vez, negó-
María impertérrita, sin respuesta en el rostro y, el viejo, atizando con un dedo sin cesar el nombre del libro como quien acompasara el trino de un pájaro musical.
Fuera, Mariano Pérez recogía hojarasca como pétalos en flor.
¿Debiera hacer lo que quisiera?
Miré a Locuelo que asintió de manera espectacular.
María sonrió -o no- y el viejo giró su cuerpo con la elegancia que le caracterizaba para devolver la sonrisa tierna de quien comprende. No dijo nada pero en su mirar, dejó constancia de su pensar.
Busqué la respuesta más allá, fuera de lo gris, de la perversión de un mundo oscuro, mental. Busqué en la alegría de quien comprende y dice:
-Claro que sí. Pero no busques respuesta adecuada. Quizá no la haya y duela. Pero tú quedarás con la tranquilidad de tu inquietud-
Agradecí esas palabras del viento, sonreí y busqué.